Es obligación para un grupo de pinturas, al menos en el sentido poético, el ser capaz de respirar en conjunto. Satisfecho tal logro, la obra pictórica podría estar complacida con un gesto así de afortunado. Sin embargo, si esa respiración es también una voz que logra unir su aliento a ese que emana del espectador, la pintura alcanzaría entonces un diálogo eficiente. Aliento y diálogo, serían pues pre-requisitos de un grupo de cuadros que aspiran a la traducción de la pincelada en conceptos y formas capaces de anidar en el pecho de un espectador cualquiera. Pero cuando una obra pictórica, como en este caso, la de Tracy Lara, es capaz no sólo de tener respiración propia, sino en cambio de provocar el nacimiento de ese aliento en el espectador-y no en cambio de aguardar un dialogo espontáneo por parte del mismo-, se transforma en obra decididamente fértil.
Fértil desde su generosidad con la traducción visual que realice de ella el espectador, fértil desde el talento con el que se establecen las bases de un diálogo premeditado, y fecunda desde la respiración intensa que nace de los lienzos. La savia de éstos cuadros nace desde el barro y el anhelo hasta remontar los recovecos de la pintora y su pintura. La plástica toma pues las armas lanzándose a la batalla con el alma como escudo y las sensaciones por espadas. El punto de partida, la fertilidad, se vuelve la puerta de entrada a los laberintos del deseo, a la noche , mañana y tarde, donde la sombra del hambre se vuelve lo mismo sexo que tierra, lo mismo arcilla enrojecida que muros de mirada penetrante. Así la puerta del arte se abre, el cerrojo es vencido por los ojos dispuestos del espectador, y penetrar mas allá de las claves ligeras, propias de una pintura satisfecha con la aparente sencillez, es entonces tomar el hilo de una composición cerebral, calculada, cuya portada es la emoción en escalada.
© Tracy Lara. Derechos Reservados. México 2011 | |